La educación y la lectura son herramientas fundamentales para brindar a niñas y niños mejores alternativas para transformar sus condiciones de vida para un futuro mejor, un gran ejemplo de ello es el caso de Yara, una niña que se convirtió en tutora solidaria como parte del proyecto Campos de Esperanza.
Yara se animó a unirse a las bibliotecas comunitarias ya que antes no le gustaba mucho leer, pero a partir de que se enteró de que existía un espacio donde puede hacer muchas actividades que le ayudan a aprender, no solo comenzó a asistir, sino que se convirtió en una tutora solidaria, para apoyar a más niñas y niños menores que ella y así, prevenir que se expongan a entornos no seguros de trabajo a temprana edad y ayudarles a mejorar su desempeño escolar.
Todas y todos en la comunidad de Yara son muy participativos, desde que Campos de Esperanza llegó, recibieron el proyecto con los brazos abiertos.
“Me gustaría que siguiera el programa, aunque por la pandemia no fue posible. En la biblioteca hay niños que se acercan a leer. Ahora leo más, me gusta. Daba tutorías, ayudaba a un niño de 3er año que no le gustaba leer tanto, ahora lo disfruta”.
Antes de que se instalaran las bibliotecas comunitarias, las niñas y niños decían que querían irse a cortar al campo, sin embargo, al sumergirse en la lectura, conocieron un mundo de posibilidades más amplio y ahora saben que pueden dedicarse a lo que ellos quieran, siempre y cuando sigan sus estudios, mucho más en un contexto como el que vivimos por la pandemia. De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública (SEP) a junio del 2021 se tenía registrado de 3.5% a 2% de deserción escolar a causa de la pandemia por COVID-19, cifra que equivale a un millón de estudiantes que no volvieron a clases. Ante esta situación, las bibliotecas comunitarias se convirtieron en un espacio clave para que niñas, niños y adolescentes pudieran continuar su aprendizaje de forma segura.
A Yara le apasionan las Ciencias: “porque me gusta la investigación, mas si se trata de casos forenses, me gusta apoyar a las personas”. Tiene un espíritu de ayuda muy grande que se refleja en cada tutoría que comparte con sus compañeros, un caso que nos demuestra que juntos podemos seguir trabajando para mantener a la niñez libre de trabajo infantil.
Gracias al programa Campos de Esperanza, más de 1,500 niñas y niños identificados en riesgo de trabajo infantil, reciben servicios educativos; más de 2,500 niñas, niños y adolescentes participaron en talleres de preparación para la vida y más de 300,000 personas de comunidades rurales han sido influenciadas positivamente a través de campañas de sensibilización sobre el trabajo infantil y los derechos laborales.